La Cueva del Lagrimal, Sierra de Salinas

Cuando, tras cruzar la población de Villena, abandonas el núcleo urbano para tomar la carretera CV-813, enseguida te das cuenta de que este es un «camino a ninguna parte». Un viaje a esa España vaciada, que resulta estar mucho más cerca de lo que imaginas. Esa sensación se acrecienta, todavía más, una vez te apartas de la comarcal para tomar el camino de la antigua Colonia de la Sierra de Salinas, en mitad del paisaje montañoso del que toma el nombre. Pronto percibes que este es un paisaje muy poco tocado por la mano del hombre. Al menos, a simple vista. Bancales de almendros y olivos, eso sí, se prolongan hasta la base de las montañas, tratando de arañar cada metro de terreno cultivable. Yo, no puedo evitar acordarme de mis abuelos maternos, naturales de Yecla. Criados en antiguas y humildes casas de campo muy cercanas y similares a las que ahora puedo ver desde la ventanilla de mi coche. ¡Cuán duros debieron ser aquellos años!

Hablando de vida rural hay que mencionar que aquí, en plena Sierra de Salinas, se llevó a cabo un novedoso proyecto de colonización a principios del Siglo XX. La misma idea que fue desarrollada en otras sierras de nuestra geografía, como la Serra dels Plans o el Montgó de la Marina Alta.

En el caso de la Colonia de la Sierra de Salinas, se repartieron 49 lotes de tierras entre el mismo número de familias de colonos, todas procedentes de Villena. El sorteo de las parcelas tuvo lugar el 29 de Abril de 194 en la Casa Consistorial de la villa. Los «beneficiarios» del mismo eran jornaleros agrícolas «absolutamente pobres», tal y como rezaban la solicitudes. La promesa: una vida digna trabajando la tierra y recolectando sus frutos.

Una vez constituida la colonia, llegó a tener un censo de 287 habitantes en el año 1923. Para hacer viable la vida en mitad de la nada, este pequeño núcleo de población rural contaba con edificios comunales: una iglesia, una escuela, un almacén… Junto a ellos, las viviendas para sus ocupantes permanentes: el capellán, el maestro y el guarda. No había dotación para el médico, que venía regularmente desde Villena, siguiendo el mismo camino que hoy recorremos para visitar el caserío.

Este proyecto de colonización nunca llegó a fructificar: la dureza del terreno montañoso y de las adversas condiciones climatológicas, así como las tensas relaciones de los labradores con la administración, provocaron el abandono de las tierras. Aquella promesa nunca llegó a cumplirse.